Algo se rompe.
¿El qué? Es igual. No importa. Pero se
resquebraja.
Un presente, unas ideas, una forma de vida… Tu
alma.
¿Qué más da? Simplemente, de repente, ya no
tienes tantas ganas de seguir adelante. Regresas dentro de tu mente y vagas en
tu nube de imágenes.
Sonríes. Personas. Lloras. Decisiones. Anhelas.
Palabras.
Te queda la sensación de que eres tú el único
en el mundo que recuerdas esos detalles.
Y comienzas a echar de menos casi
violentamente a todo lo que te hace anhelar lo que un día tuviste.
Es saber que ese recuerdo sigue existiendo,
vive a tu lado, y antes, que no podías pasar un día sin saber de él, ahora, sin
más, pasan meses, años, sin mediar palabra sin un motivo aparente. Solo las
diferencias del tiempo.
Tu alma se ahoga un poquito más al darte
cuenta que esos momentos se han acabado y que nunca volverán. Y, resulta, que
cuando vuelven a aparecer, te rompes irremediablemente por dentro.
Quieres volver atrás, pero no puedes. Quieres
gritar, correr a su lado, pero eso no tendría sentido.
Te terminas contentando con escribir algo en
una bonita hoja en blanco. Desahogarte con nadie, con una máquina que no te
juzgará y que obedece tus órdenes sin rechistar.
Amando algo que ya tienes asumido que nunca
amaste. Odiando algo que en realidad no era más que un entresijo de emociones
que no supiste calificar.
Sin saber por qué del todo, te sientes solo. Es
el mismo sitio, pero no el mismo lugar. Y quizás, solo quizás, desearías
recoger un pedacito de ti de esos que tanto querías pasar página, para
recordarte quién eras, de dónde vienes, recordarte que una vez tenías apoyo, un
lugar donde te sentías querido, donde todo tenía sentido. Darte cuenta que, a pesar de todo, eras feliz.
Pero, lo mejor, era recordar esa capacidad
tuya para poner banda sonora a todo instante.
Y, para este instante, esta es mi música.
No hay comentarios:
Publicar un comentario